“...ENTRE EL PODEROSO Y EL DÉBIL, LA LIBERTAD OPRIME, SOLO LA LEY LIBERA"... ROUSSEAU ...”

NO ESTAMOS SOLOS (Lunes 30-05-2011)

(Fuente: Un Grano de Maíz)


La arrogancia es una peste que desde siempre amenaza al hombre. Antiguamente se creía que la Tierra era el centro del universo, que todo giraba alrededor de ella y por lo tanto, del hombre. También se ha creído que estamos solos en el universo, que somos un milagro, una especie superior. Las razas han caído en la tentación de la arrogancia y se han considerado superiores, justificadas en esta superioridad se han llevado guerras y exterminios.

Cuando la arrogancia alcanza a la política las consecuencias son nefastas, el fascismo y el nazismo son emanación directa de esta peste. Ahora bien, la Revolución, por definición, no es arrogante, cuando los subalternos caen en esta enfermedad comienza el camino de la derrota.

El revolucionario es humilde, no subestima a su enemigo, no imagina nunca que esté solo en el escenario, considera en cada planificación de sus movimientos la presencia, la acción, del poderoso enemigo.

El reformista, capitalista al fin, se permite la arrogancia y cuando está en las filas de la Revolución hace mucho daño, nada lo encrespa más que la irreverencia, es intolerante, de esa manera intenta implantar la paz de los sepulcros, la imagen aburrida de lo uniforme, así mata la discusión, la inteligencia, la creación.

Los arrogantes hacen mucho daño a la Revolución, nunca piensan, la reflexión es hija de la humildad, la soberbia es de cretinos.

El arrogante, por las debilidades que su caparazón evidencia, es lamedor hacia arriba y golpeador hacia abajo, lo único que le importa es quedar bien con los “jefes” e impedir que el Socialismo se consolide, ese sería un golpe definitivo a su engreimiento: la discusión en organismos, la crítica de la masa lo liquidaría, él lo intuye.

Hacia abajo es implacable con la inteligencia que lo deja desnudo y con la irreverencia que lo reta. Siempre se las arregla para salir de ella.

El arrogante, siempre reformista, fabrica su fantasía y piensa que esa ilusión es el mundo real. Por eso subestima al enemigo, hace planes que no resisten el soplo de la realidad, equivoca el escenario de la confrontación, le interesa más el resultado inmediato y mediático que la solidez de la construcción con rigor.

No entiende la batalla cultural, está cómodo con la cultura capitalista que justifica su soberbia. Descuida la batalla en el alma colectiva, la deja a merced de los valores capitalistas.

Sus planes están condenados a los fuertes embates del enemigo que, ignorado, se aprovecha de las debilidades, de las grietas que dejan sus ineptitudes.

Debemos derrotar la arrogancia reformista y pequeño burguesa que se cree sola en el mundo, planifica ignorando que se enfrenta a la mayor potencia imperial que ha existido, con miles de equipos pensantes, universidades y talentos a su servicio.

La Revolución necesita dar la batalla allí donde es fuerte, en el espíritu amoroso, en el rescate de la fraternidad, en la fundación de nuevas relaciones. Si abandonamos este terreno, si primamos lo material, la derrota es segura.